lunes, 5 de noviembre de 2007

Antolín

El fin de semana pasado, por ser de los denominados “puente”, daba para mucho y prueba de ello es que en la agenda marcaba en rojo chillón “trotar por las lagunas”.
Primero que si a primera hora, o después de hacer esto y lo otro, vamos antes de comer, en fin, que a la postre fue aprovechando los últimos rayos de esta casi primavera otoñal.

El coche, como siempre, quedo milimétricamente aparcado (no puedo decir si es rito, costumbre o casualidad), parece autocopiativo: mismo sitio, misma posición,…
Cuando uno empieza a bracear y mover las piernas, ahí, te das cuenta que esta “corría(1)” también será diferente a la anterior. En los primeros trotes surgen los comentarios que da el lugar ¿Cómo están quedando Las Lagunas?. En la euforia de los primeros pasos surge el reto: “Qué ¿hoy el recorrido más largo?”. Decidido está, a por él vamos.

Los golpes de nuestras zapatillas sobre la tierra caminera, al paso por San Cristóbal, auguran un excelente atardecer lagunero, hasta tal es el punto que me animo a tirar un poco del carro. Para muestra un botón los comentarios que me salen son cortos, breves y poco claros, él me responde con un poco más de literatura, lo que agradezco porque me ayudan a que el ritmo no sea un mero espejismo.

Enseguida estamos dejando el silo el Tío Claudio a la derecha para aprovechar la pequeña bajada que nos ayuda a mantener el ritmo y disfrutar de un sol que esta a las puertas de su puesta. Nuevo giro a la derecha. Cogiendo el camino que nos lleva a cruzar La Dehesa, aprovechando cada uno los extremos que marcan un camino de maquinaria rodada, casi nos convierte en locomotoras devora kilómetros (visto desde la adrenalina de un “fondón”, que no de corredor de fondo). En este momento “como endrogaos” uno se siente el amo de la nada, rodeado de los tres elementos de la tierra: Agua, aire y fuego. Soy imparable, somos imparables.

“¿Ves eso?, pues claro”. Parón. Va muy lento, casi se mimetiza, más que andar se arrastra. Miramos, nos miramos. Se hace una bola, sus púas, son autenticas agujas (vamos que pinchan más que un salicor).

El ritmo se ha roto; en apenas 50 metros entonamos, de nuevo, el ritmo trotón que retoma cierta viveza y añoranza de aquellos “maravillosos años” en los que los entrenos eran escrupulosos, disciplinarios, sometidos a series, cambios de ritmos y bajo una atenta concentración. Aunque, en aquellos años tuve la suerte de conocer a Antolín, él era una persona peculiar, extravagante, diferente, con tintes anárquicos, enemigo de lo rimbombante, de marcas comerciales y espectáculo barato. Su forma de vida era la simpleza, la espontaneidad de dialogo directo. Esta forma peculiar de ser y vivir la vida la demostraba en los entrenos. Cuando quedábamos para hacer kilómetros era todo una sorpresa, podíamos salir corriendo recoger el pan volver y dejarlo para seguir corriendo o callejear para después de hacer unos kilómetros parar en una tienda de bicicletas y preguntar el precio de una cubierta o cualquier pieza, ni que decir cuando nos perdíamos por los camino (entonces más abundantes en estos parajes urbanitas), podíamos pararnos para observar que hacia un escarabajo pelotero, o determinar si la boñiga que estábamos apunto de pisar era de vaca o cualquier otro bicho viviente. La situación más sorprendente era su viraje inesperado cuando avistaba, como el decía “un paisano” (para el paisano era cualquier persona que pululaba por los campos). “Qué ¿cuantas ovejas?, ¿son todas suyas?, ¿Cuánto trabajo dan?, paisano pero tu aquí estas mejor que el rey”. Era tal su espontaneidad, que la situación merecía la pena vivirla, porque se convertían en experiencias de aprendizaje y en buenos recuerdos.

El sol ya es ocaso. Avistamos el coche, unos cuantos metros manteniendo este “infernar” ritmo y hasta la próxima. Como siempre ha merecido la pena.

Se que estas Navidades, de mi amigo y compañero Antolín, recibiré su tradicional tarjeta de navidad. Yo, como él sabe, no habré superado el “kilometraje” y no le contestare, pero puedo asegurar que mereció la pena parar para ver al erizo.



(1) Corría: Palabra que brota de un saber popular y lenguaje “amanchegao entregao”, trata de indicar que uno o un grupo de personas vestidos con pantalón corto, camiseta pisotean calles, caminos y carreteras intentando de mantener un trote más o menos que se puede decir que es deporte.

Posdata: Felicitar a el papá y máma laguneros, alias adiro.