sábado, 31 de marzo de 2012

La máquina

Corrían los principios de un floreciente año de 1976, cuando dejado llevar por el más espabilao del grupo nos lanza a la aventura. – Vamos a la Ciudad Deportiva del Real Madrid -. En aquellos tiempo poco te echaba para atrás, y menos si estabas en grupo.
Desde la estación de Chamartín (en pleno remozo), nos montamos en el bus, donde después de una corta ruta nos vimos en las puertas tan amplias instalaciones. No teníamos ni un duro para gastar de más y allí delante de la puerta permanecimos, donde la grandeza estaba en que en sus adentro uno podía patinar en hielo.
Por un momento me quede “pasmao”. Mis ojos no daban crédito, allí en la calle entre el trasiego de gente y vehículos, una pareja, como actores principales de imágenes escénicas se encontraban apasionadamente abrazados, al mismo tiempo que fundían sus bocas en ardor, mis tabúes se hacían “añiscos”. Me quede embobao mis ojos debieron ser frotados para ver entre luces de farolas lo que años atrás era furtivamente realizado entre mantas de quicios de puertas.
Años después y en mi primer desplazamiento de metro para cumplir con mi obligación patriótica de “la mili”, aventurado por la tímida seguridad de haber pasado de recluta a soldado de valor se supone, me atreví a desviar mi ruta y aflorar mi cabeza en la famosa Puerta del Sol. Allí estaba, sólo. En medio de un incesante trajinar de gentes. Era un domingo de tarde de primavera. Mis pies se anclaron. No era capaz de ir más allá de 10 metros de la boca de metro. Tenía la sensación de que de ir más allá, aquella marabunta me absolvería o que en el mejor de los casos aquella “boca de metros” acabaría desapareciendo del lugar. No fueron más de cinco minutos en la superficie, donde permanecí inmóvil y anhelao. Fue suficiente para pensar que aquello era muy grande y con bastante más gente que los que purulabamos apasionadamente entre “El Roce”, el “Exágono” o los cines de “Morrós” o” Vitor”.
De aquellos entonces, hasta estos ahoras han pasado muchos muchos años (no menos de treinta y cinco). Refiero esto porque después de tanto años, creo que para mi orgullo sigo percibiendo esos ahogos de convencido pueblerino, a veces en castizo soberbio es etiquetado como “paleto”.
La fuerza de la alta velocidad a gran distancia me ha desplazado y en compensación el día me va a tener ocupao. Son varios los días, como siempre en la “escusa” que acompaña mi moderna maleta lleva: Unos calzones , un pirata y calcetines Kalenji, todo ello acompañado de una camiseta técnica de la carrera de la turno y sin olvidar las zapatillas.
-El gimnasio está en la primera planta- me dice una amable recepcionista.
Al día siguiente, en mañana tempranera, de segunda a primera planta donde busco y remiro, dudo si aun sigo adormecido. Restaurante tal a la izquierda, salón cual a la derecha, al frente habitaciones de tal a cual siga la flecha. Miro el reloj y bajo a recepción.
-Según sale del ascensor a la izquierda- me dice el amable recepcionista. Subo. –¡Na!, que no atino- es lo que me digo, porque por más que miro no veo un letrero que diga “Gimnasio”.
Eureka, por fin una amable empleada me dice: -¡Sr.!, está ahí enfrente-. Cierto una enorme cristalera opaca, con un enorme y moderno rotulado que indica “FITNESS”.
Encaro la cinta. Subo con respeto. Pulso un botón. Na da na. Más botones, por fin comienza a rodar y yo a trotar. Anduve o corruve por casi 45´. Las sensaciones extrañas, el sudor raro, la brisa marina estática, de horizonte plano y vista cortas.
Así en máquina mañanera mis piernas se vieron ejercitando un correr diferente, moderno, actual y sobretodo safety.
Y tras un encorsetado aire malagueño, regreso en veloz distancia, acompañado de restos de sudor frio, que fueron ahuyentados por los zambombazos de un 26 de marzo de 1812, donde el Riato se hizo testigo de cómo el pueblo chelero dió palpelo en singular batalla al franchute invasor.

JMR
ESCUSA: Especie de cesta hecha con pleita o esparto para llevar la comida (avío) al campo (mirar en el diccionario chelero)

viernes, 9 de marzo de 2012

11M

… Tampoco sabes por qué tú estás allí, rodeado de aquellos amigos, sintiéndote más vivo a cada paso que corres, y te olvidas de que te duelen los pies y las piernas, incluso de que te asfixias hasta el punto de que tienes que pararte y caminar unos metros, y das las gracias por estar disfrutando de ese primer sol frio del día con Vilches, con Paco rico, con Montañes, con Miguel Campos, con Sayo, con el Pelos, con Dani, con Juanjo,…
Es verdad que no siempre resulta fácil. Los recuerdos los malos, permanecen agazapados y a veces vuelven. Encuentran mil puertas para presentarse. Las imágenes de cualquier guerra, de cualquier accidente, de otros atentados… Todas esas imágenes te devuelven a tu atentado. O sales a la calle y ves un cartel, cualquier cartel, en el que parece el número 11. Y tú lo asocias. O ves un tren, aunque sea un tren de juguete. Y tú lo asocias. Los psiquiatras me han dado de alta, pero no puedo dormir sin medicación.
Generalmente no duermo más de dos o tres horas seguidas. Pero ya puedo aceptar mi situación. Me he acostumbrado a aceptarlo. A eso es a lo que me han enseñado los psicólogos. A eso, y a sacar la angustia.
Desde el atentado he corrido tres maratones. Ya no me importa el tiempo que tardo. Mentiría si dijera que no me gustaría volver a correrlos en tres horas. Pero simplemente ya no puedo. Los pies que parecen estar pisando plásticos de burbujas, y que a veces se duermen, ya no me dejan. Ni las piernas, que cuando les pido demasiado se agarrotan y me producen calambres tan fuertes que tengo que golpearlas con los puños mientras hago estiramientos hasta que las contracturas se relajan. Ni mi sentido del equilibrio. A veces durante las carreras, o simplemente cuando estoy caminando en las pruebas de orientación, lo pierdo y me caigo. Me caigo mucho. Pero siempre me levanto y continúo.

2. Tengo que seguir. Gonzalo Villamarín, corredor de maratones y pruebas de ultrafondo. Víctima del 11-M (La pasión de correr,Francisco Medina).